Frío estaba diciembre, casi invierno
cuando Juan Diego al Tepeyac subía
aquella mañanita de aquel día
en que lo ungió tu corazón materno.
Le hablaste por su nombre con el tierno
acento de tu voz que es melodía,
le llenaste la sangre de alegría
y fuiste ¡Primavera de invierno!
-Juanito, Juan Dieguito, le dijiste
Soy la Madre de Dios, del Dios Viviente;
quiero ser el consuelo para el triste en este
suelo que amorosa piso
y enterado el indio a tu mirada ardiente,
estrenó en nuestra Patria el Paraíso.
P. Alfredo Ramírez Jasso
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